¿Alguien me puede explicar por qué seguimos subiendo -casi siempre en grupo- al ferial a ver los puestos? ¿Qué llamada interior sentimos que nos ordena tener este comportamiento atávico? Todo el personal, incluido el que no ha subido en toda la semana, o que acaba de llegar de la playa, se planta en el real el último día, supongo que para ver qué no nos hemos perdido; nada nuevo.
¿Por qué nos damos el paseo para ver cosas horrendas que no iríamos a ver a ningún otro sitio? Cosas que si siguen a la venta, digo yo, será porque se siguen vendiendo, ¿no?. Y ¿quién compra eso? ¿Qué obsesión tiene la gente por comprarse un bolso falso o una camiseta que el resto del mundo sabe perfectamente que es falsificada? Y ya es la repanocha si el nombre está mal escrito. Comprarte un bolso Parda, Totus o Goci es como el bolero del masoca.
Una vez que bajas de la zona de los puestos a la arena del ferial te entra un hambre atroz. Todo el mundo a tu alrededor come de todo lo habido y por haber, sea cual sea la hora: patatas fritas con todas las salsas del mundo, gofres, kebabs, algodones de azúcar, helados… ¿Y cómo no tomarte un “vino” de Cariñena?.
Seguido de la comida quieres conseguir todo lo que ves que lleva la gente: loros, peluches, peces, cafeteras…y yo me pregunto: ¿qué haces si te toca una lavadora en la tómbola? y ¿por qué todos los boletos que te regalan tienen premio trampa y en los que compras dice “siga jugando”? o ¿por qué siempre gana otro a los camellos?
Saciado el impulso consumista y el ataque de gula, sorteando a cientos de niños enloquecidos con la música atronadora y las luces de colores, te vas a cenar. El menú tradicional consiste en pollo con tierra y fritura con más polvo que patatas fritas, regado con sangría sin vino. Todo a precio de feria, es decir, ¡clavada que te crió! Como son precios “populares”, la cena también lo es.
Miras a tú alrededor y ves gente que no has visto, gracias a Dios, nunca. Y lo malo de tener los ojos abiertos todo el día, es que ves de todo. En nuestra mesa de al lado bebían unas latas de cerveza acompañando las viandas, y pidieron una jarra de cerveza… para rellenar las latas ¡Lo juro!
Pero bueno, en ferias todo vale y cada uno la cuenta según le va. Cuando vuelves a casa con los churros enhebrados en un junco, conservándolos como oro en paño, lleno de polvo, con un peluche horroroso y una maquina quita bolas para los jerséis que se estropeará nada mas ponerle las pilas, con el monedero vacío y el estómago lleno, llegas contento.
Son las ferias de tu ciudad que daban los últimos coletazos y tu estabas allí para despedirlas. Ahora a esperar a las del año que viene, mientras oímos la frase típica de todos los años: “pues yo creo que han estado más flojas que el año pasado”.
Fuente: blogs.hoy.es/colindantes